miércoles, 28 de junio de 2017

MIRANDO AL SUR AL ALBA...COMO NO QUERÍA MIRAR

Esa mañana, él volvió a subirse al tren, bien temprano.
Volvió a ver las mismas caras de sueño, las mismas mochilas de siempre y las calles a esa hora, estaban tan desiertas como días atrás; el mundo durante esos días, al contrario que su corazón, no se había parado.

A la hora mas o menos habitual, vio como por el horizonte una luz entre naranja y blanco empezaba a dibujar las montañas y los tejados de las casas de los pueblos que atravesaba su convoy: era la hora.

Haciendo de tripas corazón se acerco a la ventana que daba al Este, se caló sus gafas de sol para que nadie viese escapar por sus ojos la enorme tristeza que bailaba en su interior y se cogió fuerte a una de las barras de sujeción, no para no caer con el traqueteo, si no para apretarla con todas sus fuerzas y de esa manera poder descargar un poco de la impotencia que le estaba ahogando como si fuese lava agarrada a su garganta.

Y repitió el mismo ritual de cada mañana: mentalmente la acompañó desde que comenzaba a abrir los ojos hasta que salia de casa, con el mismo cariño y mimo con el que lo había estado haciendo hasta entonces e incluso recordó la última vez que lo hizo en persona, acompañándola al parking para despedirla con un abrazo y un cálido beso en esos labios que adoraba.

La diferencia es que este amanecer no traía luces de esperanza, de esa esperanza que trae el añorar a alguien que sabes que mas pronto que tarde tendrás en tus brazos para nunca mas soltar, esperanza de quien se sabe querido y añorado a la vez; este amanecer le trajo un sentimiento de vacío, de derrota, y de congoja de dificil disimulo.

Agradeció haber tenido la precaución de calarse sus gafas de sol, para que nadie viese sus ojos tintinear con la humedad que se asomaba a ellos mientras un nudo fuerte se apretaba en su garganta y se dijo a si mismo que iba a ser muy duro ponerse cada día una sonrisa postiza para salir a la calle y que el mundo no descubriese la tormenta que se desataba en la boca de su estómago cada 10 minutos.

Y al llegar a esa curva que el tren hacía y que cada mañana le permitía disfrutar por unas décimas de segundo de cambiar su visión de Este a Sur-Este, a camara muy lenta, volvio a mirar al Sur al alba, pero con pena, mucha pena y el que había sido un hombre duro de corazón frio, tuvo que secar una lágrima instantes antes de que rodase por su mejilla.

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