viernes, 23 de junio de 2017

MIRANDO AL SUR AL ALBA.

Cada día, él se levantaba muy temprano para ir a trabajar.
Se levantaba de una cama en la que la echaba de menos al dormirse y al despertar.
Preparaba su desayuno, el bocado de mitad de mañana, salia a la calle a pasear con su fiel perra, le daba de comer y de beber, cargaba su mochila con sus trastos de trabajar y salia a la calle mientras la ciudad aun dormía plácidamente.
Cada día iniciaba su patrulla mandando un buenos días que mas bien debería ser un buenas noches, dedicando una canción y mirando las noticias por internet, sin percatarse de que en las pocas horas de sueño que había disfrutado, pocas cosas habrían cambiado.

Y así, se dejaba llevar cada madrugada por las vías, viendo las mismas caras de sueño, los mismos uniformes, las mismas mochilas, viendo como los pueblos despertaban poco a poco mientras esperaba el momento en el que el alba llegara, en que el cielo empezaba a clarear y entonces se asomaba a la ventana a ver amanecer.

Era entonces cuando la imaginaba desnuda en su cama, a cientos de kilómetros, con la luz que entraba por la ventana empezando a calentar su cuerpo dibujado, ese cuerpo real de mujer y de madre.
La imaginaba abrir poco a poco los ojos y dar vueltas en la cama intentando disfrutar de unos minutos mas de sueño ya que no solía dormir mucho, fruto de las preocupaciones y de esos fantasmas que todos guardamos bajo la cama.

La imaginaba despertando y cogiendo su teléfono para ver si como cada día él le había mandado sus buenos días, le había dedicado una canción o simplemente había escrito unas líneas con tinta electrónica pensando en ella, la imaginaba poner sus pies en el suelo con la cara seria y dirigirse a la ducha después de haber sacado brevemente a sus perros a pasear.

Sabía cual era su rutina diaria y la repasaba mentalmente mientras su vista se perdía por la ventana del tren y las montañas y el mar se iban iluminando poco a poco; cada mañana despertaba y se levantaba a su lado, aunque fuese a cientos de kilómetros.
La veía no desayunar, a pesar de haberle repetido decenas de veces que debía hacerlo, la veía levantar a su familia con cariño y empezar a meterle prisa de buena mañana. Sabía tambien cuanto tardaba en coger sus cosas, sus animales, cerciorarse de que llevaban todo para afrontar el día y salir de casa no sin antes haberse colocado cuidadosamente como cada mañana su sonrisa de ''hoy no vas a poder conmigo, mundo'' y salir a esa jungla que era el día a día.

Y allí, a cientos de kilómetros, él miraba por la ventana del tren, dirigiendo sus ojos al sur, deseando que esa rutina fuese compartida tambien por él en un futuro y que la sonrisa que ella colocaba cada mañana en su bello rostro no fuese postiza, si no que saliese sola sin poder remediarlo.

Buenos días amor.

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