martes, 7 de enero de 2020

CON LOS PIES FRÍOS.

Ella no se quitó la ropa mojada tras la tormenta y se acostó empapada, con los pies fríos y un calor palpitante llamando a las puertas de su pecho.

No se deshizo de las capas de pasado que la lluvia no había podido lavar, de sus amores fallidos, de las risas que cada vez tenían menos ecos en su memoria, del sabor de unos besos que recordaba frescos y suaves; de las ilusiones depositadas y que, a veces, ella mismo desmontó de un manotazo como la niña que ya no quiere jugar más con esa casa de muñecas que con tanto deseo pidió a los reyes magos, como si no existiese un juguete mejor en el mundo. 

Solo quería despertar a la mañana siguiente y ver al sol jugando con el arcoíris mientras sus pies colgaban de ese puente en el que estaba sentada, 

sobre el río,

con la ciudad allí a lo lejos,

esperando que ese sol recién salido le diese un poco de calor aterciopelado a ese pecho que aún notaba húmedo y que quería seguir adelante pero sin dejar de mirar atrás, a un pasado más seco.