Se conocieron en la cola del cine, en la parada del bus, haciendo la compra y entrenando en el mismo gimnasio;
en todos sitios y en ninguno a la vez.
Se conocieron y quisieron más, por lo cual escaparon lejos de todo y de todos y corrieron a esconderse para abrir sus vidas mientras cubrían sus cuerpos con blanco algodón.
Rusia y Japón se juntaron en un abrazo, firmando la paz con tintas que se sonreían bajo la piel, al tiempo que brindaban con chocolate y se daban un festín de risas y besos de postre.
Y las horas parecieron minutos, los minutos segundos y los segundos apenas suspiros, pero supieron hacer que perdurasen para siempre mientras escondían sus rostros en el pecho del otro.
Y así pudieron empezar a conocerse un poco más y darse el calor que ambos buscaban abrazados en blanco y negro.