lunes, 25 de marzo de 2019

CON GAFAS OSCURAS

El siempre estaba allí, como una figura negra que todo lo ve, que todo lo controla, desde fuera pero estando dentro.

Tenía prohibido hablar, mirar, sonreír, y por supuesto tocar; nada de contacto con las muñecas de aquella enorme juguetería.

Por eso optó por ajustarse unas gafas oscuras, para aislarse aún un poco más de todo aquello que lo rodeaba cada día.

Ella se deslizaba chispeante por los pasillos, bajo las luces, como un duende juguetón y risueño.

Un duende precioso de piel tostada, con una curva peligrosa a modo de sonrisa.

Ella movía sus alas de libélula varias veces al día y volaba alrededor de una barra dejando al mundo entero con la boca abierta y el alma infartada, mientras las luces dibujaban constelaciones de estrellas sobre su cuerpo y la música parecía compuesta para ella en particular.

Bailaba y buscaba con sus ojos, volaba y buscaba con una mirada.

Lo buscaba a él, que era el negro pilar que la mantenía agarrada al mundo real; sabía que estando él al alcance de un suspiro el resto del mundo sobraba.

Y decidió también colocarse una gafas de cristal oscuro, aunque eso supusiera ocultar al resto de la humanidad un par de diamantes que en su cara parecían ojos. 

Y así pasaban las días o las noches, que en ese país irreal venían siendo lo mismo, mirándose sin mirarse a través de unas gafas oscuras, él siempre negro y ella de mil colores; ella queriendo dibujar imágenes nuevas sobre los brazos de él y él estrellándose contra el guardarrail de esa curva peligrosa que ella tenía por sonrisa.

Hablandose con miradas bajo unas gafas oscuras.

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