domingo, 13 de mayo de 2018

EGOÍSTAS.

Nosotros, el ser humano en general y sin distinción de sexos, somos egoístas por desnaturaleza.

Como niños caprichosos, ansiamos algo, ansiamos ese algo en alguien y morimos por tenerlo; nada más ocupa nuestros pensamientos, nuestros desvelos y nuestras ilusiones.

Creemos que si no lo conseguimos moriremos, la vida no tendrá sentido y hacemos lo posible por poseerlo

Nos enamoramos perdidamente, no respiramos si no es a través de la boca que amamos besar y los pies no nos tocan el suelo a fuerza del aleteo de las mariposas de nuestro estómago.

Y una vez lo conseguimos...lo arruinamos.

Somos así por regla general, niños caprichosos que una vez conseguido su juguete lo arrinconamos sabiendo que ya es nuestro y queremos otro, otras cosas, quizás unas golosinas.

Y no, así no son las cosas, así no se pueden hacer y menos cuando hablamos de personas.

Porque da la casualidad, muy extraña casualidad, de que hay gente que no es así, que se entregan al máximo y para los que un "para siempre" si tiene razón de ser.

No son personas de usar y tirar, son personas que cuidar, que mimar, que conquistar, porque quedan muy pocas de esas y si te cruzas con una de ellas, casi seguro que será la única ocasión en tu vida que lo hagas.

Y es que además, una vez ven que no se les quiere como ellos merecen, una vez ven que no hay quid pro quo, se van, se lamen las heridas, se curan sus cicatrices y se van sin mirar atrás, entre otras cosas porque el girarse y mirar atrás les produce dolor.

Y no aprendemos, ninguno, ni los que no valoran a esas personas ni los que no valoran el riesgo de que los hagan polvo.

Y así vamos unos y otros; unos nos limpiamos el polvo, nos levantamos y  tiramos de tirita y mercromina mientras volvemos a andar y los otros, los otros siguen como siempre, parados lamentándose de la ocasión perdida, perdida por egoísmo, perdida por estupidez, perdida por exceso de confianza en sí mismos; ahí se quedan, con su pérdida, la gran mayoría de las veces llevándolo por dentro, manteniendo su fachada de falsa felicidad intacta.

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