martes, 15 de mayo de 2018

COMO EN CASA.

A veces te sientes como en casa en lugares muy lejanos, lugares nuevos y desconocidos.

Destilan paz y tranquilidad, la misma que sientes al moverte descalzo por tu hogar a diario, mientras escuchas tus temas preferidos por Spotify, mientras te tumbas un domingo en tu sofá a comer algo que seguro engorda y ver tus series preferidas en la televisión, con tu manta predilecta si es en invierno.

Hay casas que te hacen sentir como en tu hogar, hay cocinas en las que estarías preparando platos como si fueses a presentarlos en tu propia mesa, hay camas que sientes casi que son propias y calles en las que pasear te hace sentir que tu cara la calienta el mismo sol de tu tierra, aún a cientos de kilómetros.

Y eso suele pasar porque hay personas que te hacen sentir como en casa.

Personas que sientes muy especiales con una sonrisa, un roce de sus manos sobre tu nuca, esa manera especial de juntar su mejilla con la tuya, con su risa que sientes como suave piel de melocotón, el modo en que sus dedos buscan enredarse en los tuyos al pasear después de un largo y complicado día, con esa broma que nunca falta a pesar del cansancio y que te enseñan las últimas cicatrices que les hizo la vida, tumbadas en la cama, con moratones incluidos.

Y abrazos, esos cálidos, largos, profundos y tiernos abrazos que hacen que el mundo se apague, que nada más exista, que todo lo malo de este mundo desaparezca por unos instantes y que todo lo bueno pase a un segundo plano porque pocas cosas hay mejores que un  abrazo de este tipo, un abrazo de estos cuatro brazos y estos dos cuerpos unidos durante el tiempo necesario para ser feliz.

Hay personas que a pesar del tiempo, a pesar del pasado, a pesar de la distancia, a pesar de todo lo que pesa, reúnen todo lo bueno que una mañana radiante te puede ofrecer.

Hay personas que son países a los que siempre quieres regresar.

Hay personas que son tu casa, tu sofá, tu cama y tu hogar.

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