jueves, 16 de agosto de 2018

TRES POR ENCIMA DE TODOS.

El no se escondía, decía claramente que en su vida había abrazado mucho, había tenido entre sus brazos no pocos cuerpos y había disfrutado de la sensación que da la cercanía de un cuerpo apretado contra tu pecho y enlazado por tus brazos.

A pesar de ello, a pesar de que guardaba buen recuerdo de cada uno de esos abrazos, habían tres de ellos que eran joyas que escondía en esa caja fuerte que era su corazón; tres abrazos que marcaron su vida y que dudaba mucho pudieran ser superados, aunque le encantaría tener la suerte de que abrazos venideros dejasen a estos como simples caricias.

Habían tres abrazos, que curiosamente venían del mismo cuerpo y de los mismos brazos, que cuidaba como quien cuida lo más preciado que jamás un hombre pudo tener.

El primero de ellos lo dejo plantado allí donde se lo dieron, él de pie y ella sentada en la bancada del lavabo del cuarto de baño de una habitación de hotel, allí  completamente desnudos y apenas sin haber dejado de jadear, después de días sin verse que le parecieron años; un abrazo que le pillo por sorpresa pero que puso un nudo en su garganta por lo esperadamente inesperado que fue y es que ella sumó a ese intenso abrazo un primer "te quiero", de esos que salen de más adentro del corazón, de esos que son tan deseados que no confías que nunca se vayan a pronunciar.

Ese abrazo y esas palabras benditas las acompañó de unas lágrimas que rodaron por sus mejillas, lágrimas de emoción y también, porque no decirlo, de alivio al derramarlas sin poder contenerlas y en ese mismo instante él supo que querría a esa mujer de por vida, que nada sería capaz de borrar ese instante de su memoria y que por fin había llegado al destino que siempre había buscado y perseguido; él supo entonces que su corazón le pertenecería a ella hasta el día en que cerrase los ojos.

El segundo de esos tres abrazos, se produjo meses después, tras la tormenta que los separó temporalmente y fue un abrazo de reconciliación, de pedir perdón, de sosiego, de disculpa y olvido del mal, de "nunca jamás, por favor", de haber estado perdidos el uno sin el otro, de alegría por el reencuentro, de felicidad al poder sentirse tan cerca de nuevo, de "somos dos estúpidos", de haberse echado de menos y nunca de más, y sobre todo de "no me sueltes porque yo no quiero soltarte', un abrazo de haber salido el sol a pesar de las nubes; en definitiva un abrazo de paz de esos que generan tranquilidad y son descanso para el alma.

Un abrazo que seguro ninguno de ellos soñó que se produjese, pero a veces los milagros suceden y lo que sentían el uno por el otro, era milagroso, mágico e inigualable.

El tercero de esos abrazos que tatuaron su alma, se produjo unos meses más tarde, sobre una cama, mientras la luz de las velas iluminaba apenas sus cuerpos desnudos enroscados el uno alrededor del otro.

Y ese sí, a él le encontró desprevenido por totalmente inesperado, por esa fuerza que ella imprimió a ese gesto tan habitual entre ellos y es que si sus abrazos eran siempre especiales, este fue simplemente sublime.

En mitad del amor, ella lo atrajo acercando sus cuerpos vestidos únicamente de amor y sudor, lo atrajo con fuerza, con una fuerza que el no había conocido jamás entre ellos, que lo dejó inmóvil y que en lugar de ir suavizándose cobraba más fuerza a medida que transcurrían los segundos.

Y en mitad de ese abrazo en el que ella parecía querer fundir sus cuerpos en uno hasta que sus almas se pudiesen tocar, él supo que había vuelto a suceder, que después de esto, nada ni nadie podría hacer que dejase de amarla, como jamás había amado a nadie y como nunca sería capaz de amar a nadie más que no fuese un hada, su hada particular que era la reina de sus sueños, por muy chalada que estuviese.

Fue un abrazo de rendición, al menos por su parte, ya que aunque había luchado por no volver a enamorarse de ella, hay sentimientos que traspasan cualquier razón, cualquier rencor y sobre todo, cualquier miedo o duda.

Fue un abrazo de entrega, de bajar los puños y abrir los brazos, de amor, de simple y puro amor; un abrazo de "ya estoy en casa porque tu alma es mi hogar, tú mi familia y nunca jamás pienso irme"

Son tres sobre el resto, sobre los muchos abrazos dados y disfrutados, tres abrazos que le permiten a uno morir tranquilo por haber conocido el amor, ya que esos tres, solo esos, más que abrazos eran el amor hecho caricia.

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