sábado, 11 de agosto de 2018

LA ETERNIDAD DE UN SEGUNDO.

La gente pasaba a su alrededor, era un sábado tarde al uso en cualquier hipermercado.

Habían pasado el día juntos y ahí estaban los tres, ella, su pequeño y él, que era el único invitado a esa fiesta.

Era una escena que por más que cotidiana pasaba desapercibida a quien fuese, algo tan sumamente normal a los ojos de la mayoría que nadie diría que era motivo de felicidad.

Y sin embargo él era feliz en ese preciso momento, con esa situación.

Vivía la fantasía de que eran una familia corriente que había pasado el día disfrutando en la ciudad y se disponía a comprar lo que faltaba para la cena; una cena para tres, con sofá y película incluidos.

Lo que viene a ser una cena en familia de cualquier sábado noche.

Ella hablaba como si tal cosa sin percatarse de que él no la escuchaba, tan sólo bebía sus palabras, se comía su rostro con los ojos mientras distraídamente ella apoyaba su cuerpo al cogerlo por el hombro.

Y Le besaba en la mejilla, con fuerza, con esa fuerza que da el estar indescriptiblemente a gusto.

Y el disfrutaba como un adolescente lo hace la primera vez que roza otra piel.

Hablaban de cosas sin importancia, pero él no estaba en la conversación; él recolectada cada minúsculo detalle de ese momento para que nunca jamás cayese en el olvido.

Y entonces ella lo cogió de la mano, con total normalidad, como si ese momento se repitiese varias veces a la semana, como si de verdad fuesen una pareja y el conjunto de todos ellos una familia.

Cogió su mano y juguetearon con sus dedos mientras la conversación seguía siendo igual de cotidiana y normal.

Y en ese momento, él miro a su alrededor, miró al pequeño, la miro a ella directamente a sus ojos oscuros y miro de reojo sus manos entrelazadas...

Y justo en ese momento, deseó que el mundo dejase de girar y que ese segundo fuese eterno.

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