jueves, 23 de agosto de 2018

COMO LOBOS.

Ninguno de los dos estaba cómodo con su papel. 


Ella estaba cansada del rol de niña buena e inocente que debe ser salvada, aunque la realidad es que cuando vestía esa caperuza de color rojo no era tan inocente. 


Él andaba más que hastiado de esa imagen que tenía todo el mundo de él: un hombre que se dedica a matar y cuyo comportamiento era serio y recto. 


Ambos envidian al lobo, su libertad, su vida llena de aventuras, su manera de correr por el bosque. 


Entonces, en mitad de ese bosque que tan bien conocían, durante un encuentro casual, se miraron a los ojos y decidieron hacerlo. 


Ella se deshizo de esa caperuza roja que tanto había significado en su vida pero que tan esclava le había hecho; cogió la dichosa cesta que tanto le pesaba y se comió todo el chocolate que había en ella y después la dejó sobre las aguas del río para verla desaparecer flotando. 


Él tiró su escopeta, la cartuchera, el cuchillo que siempre llevaba al cinto y con todo ello cerró la puerta de su vida anterior, esa en la que cruzar los brazos y estar siempre serio era prácticamente una obligación. 


Se cogieron de la mano y echaron a correr por el bosque, riendo y saltando desnudos y al mismo tiempo que lo hacían el pelo comenzó a cubrir sus cuerpos, sus manos y pies se convertían en patas con garras, sus dientes crecieron...para comerse mejor...y cuando se dieron cuenta de que se habian convertido en una pareja de lobos, se pararon jadeando, se abrazaron para sentirse el uno al otro y se dijeron al oido: por fin podemos ser nosotros mismos. 


Y después aullaron a la luna por primera vez. 

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