lunes, 10 de septiembre de 2018

LOBO SIN ROJA.

Lobo recorria el bosque buscando a Roja, su ausente Caperucita.

Hacía más de una luna que ella no se paseaba camino de casa de la abuelita, envuelta en rojo y con su cesta del brazo, por mitad de los senderos que discurrían entre altos árboles.

Lobo, ansiaba poder tenerla cerca, aunque fuese sin tocarla, ya que le estaba prohibido acercarse mucho, no a su cuerpo, si no a su corazón.

Y así, Lobo, de día intentaba seguir el rastro de Roja, por ese bosque que siempre había sido suyo, de ambos, y cuando la noche llegaba, aullaba a la luna, ya que en su brillo creía ver todo lo que ella le mostraba en una mirada.

Lobo corría por el bosque buscándola conforme el sol salía, la esperaba en cualquier recodo escondido de sus caminos acostumbrados, pero no, ella nunca llegaba.

Es por eso que Lobo creía ver en el rojo de las amapolas un reflejo del rojo de la capucha con la que ella solía ocultar su pelo; cada vez que los pájaros cantaban, creía escuchar alguna de esas canciones que prácticamente les pertenecían a los dos, como una banda sonora que los definía a ambos y eso era aún peor, porque hay personas que son música y canciones que deberían llevar el nombre de algunas personas.

Y Lobo quedó así, solo, echando de menos ver aparecer un fulgor rojo cada vez que ella aparecía en un claro del bosque, deseando haberla podido ver mejor, escuchado mejor, tocado mejor y sobre todo, habérselo comido mejor, comido a besos.

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