miércoles, 25 de octubre de 2017

EL DURO VIAJE.

Esa tarde, un gesto tan cotidianamente repetido como poner el motor en marcha fue algo que odió tener que hacer.

Detestó abrir el grifo de la gasolina en el rojo deposito mal pintado, tirar de la palanca del starter, comprobar el punto muerto y apretar el botón para que el motor rugiese al cobrar vida.

Y se quedó ahi, agarrado al manillar, en un desesperado intento por que pareciese que solo intentaba que el aceite cogiese la temperatura necesaria para fluir por el motor y que el ralentí se estabilizase, cuando en realidad jamas en su vida le costó tanto engranar la primera velocidad y soltar el embrague mientras su moto coceaba al moverse por el asfalto.

Y ahi estaba, enfilando otra vez la salida a la autopista, como otras veces había hecho, pero esta vez con un nudo en la garganta, una piedra en el estomago y un hueco vacio en su pecho, a la altura del corazón; deseando que un meteorito hubiese caido y desintegrado la carretera, que una ola gigante hubiese llenado el asfalto de ballenas y calamares gigantes al retirarse o que el gobierno mundial hubiese decretado que todo el mundo debia quedarse a vivir exactamente donde se encontrase en el momento de firmar tan absurda ley y lo deseaba como un niño que no quiere ir al colegio esa mañana o como el adulto que siente pánico en la puerta del dentista, como solo se desea de manera tan absurda lo único que puede detener la catastrofe en que tu vida se ha convertido solamente en tu cabeza...y en tu corazón.

Nunca rodar se le habia hecho tan duro y no por las punzadas de dolor que le daba su maltrecho hombro, si no porque hubiese deseado quedarse alli de por vida, junto a ella, lo que mas amaba de todo su mundo caótico y especial.

Siguió su camino, sin mirar por el retrovisor, sin mirar atras, aunque una voz en su interior le torturaba el alma mintiendole al oido: ese motor que se acerca quizás sea el de su moto, quizas sea que viene a parar tu viaje para siempre, y pedirte que nunca te separes de ella.

Pero él seguía su camino sin mirar atrás, sabiendo que los milagros rara vez ocurren y menos a gente que ha llevado una vida tan pecadora como la suya.

Eterno, así se le hizo el viaje y hubiese deseado que nunca llegase a su fin, nunca llegar a la monotonia de su dia a dia sabiendo que ella seguiría con la suya muy lejos de él, en direccion contraria.

Y a pesar del dolor, a pesar del cansancio y el no poder respirar por la losa que aprisionaba su pecho, encontró la belleza de ese atardecer en el horizonte, a traves de la pantalla de su casco, con los tonos rojos y naranjas del sol ocultandose distorsionados por las lagrimas que inundaban sus ojos y corrian por sus mejillas

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