domingo, 11 de noviembre de 2018

POETA BAJO TIERRA.

Ahí, en la esquina del vagón, apoyado de lado para disimular que tenía el terminal en la mano pues lo tenía prohibido.

Ahí estaba, alto, recio, con la cintura llena de todo lo necesario para desempeñar su trabajo, para protegerse y sobre todo proteger.

Con sus gafas oscuras aún bajo tierra, para evitar que quien no debiese pudiera mirar sus ojos y evitar así que se supiese a donde miraba.

Con su uniforme ceñido y ese chaleco que además de causar cierto respeto, cuidaba de su vida día a día.

De su vida y de ese corazón que latía ahí dentro, en su pecho.

Lo que nadie sospechaba es que ese hombre rapado y fuerte, en esos momentos derramaba su corazón en tinta electrónica sobre una página en blanco.

Dejaba allí sus anhelos, su cariño, sus lágrimas interiores, sus ilusiones, sus noches sin dormir, sus amaneceres mirando al sur.

Ese hombre de mirada dura y sonrisa tímida reescribia cada semana, escondido, la historia de amor entre Caperucita y el Lobo, se sacudia el polvo de hadas que cubría su cuerpo ciertas mañanas, reconocía la perfección de la imperfección y desgajaba su alma casi a diario, ahi, escondido en cualquier esquina de un vagon de metro

Y así, día a día, ese hombre cuyo cinturón llevaba sus herramientas de trabajo, se ponía su uniforme, ceñia su chaleco, abrochaba su dotación y de esa manera escondía que en el fondo, lo que movía su vida eran el amor, su amor, sus ideales y la poesía, porque hasta las piedras más rugosas pueden esconder un diamante en su interior.

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