viernes, 12 de julio de 2019

DE MALETAS Y MOCHILAS.

Recuerdo que hace año y medio en mi antiguo trabajo, me quedé mirando a la multitud en una estación y el ir y venir de los trenes, el como algunos despistados los perdían por no saber exactamente cual era su dirección...y a donde querían ir.

Me asaltó la idea de cuantos trenes pasan frente a nosotros sin que les hagamos caso, sin que subamos, sin saber si es el que nos llevará a buen destino.

Pero realmente, hay un tren específico que lleve a la felicidad?

Yo siempre he pensado que si, que hay trenes que no hay que dejar escapar aunque tengas que correr detrás suyo por toda la estación y subirte a ellos de un salto, agarrandote con uñas, con dientes y con toda la fuerza que nuestra alma nos dé en ese instante.

O al menos eso pensaba.

Porque a día de hoy, sin saber qué es exactamente lo que ha cambiado en mí me veo de estación en estación, pasando de un tren a otro, de una parada a un apeadero, unas más lejos que los otros, pero para dejar mis pies parados en un andén más pronto que tarde.

A día de hoy, y sin que me guste el cambio, siento que algo se rompió dentro de mi, de tal manera que me hizo abandonar viejos planteamientos que para mí eran casi como la biblia.

Viejas creencias en cuentos que al fin nunca acababan con perdices y felicidad bebida en copas de ligero cristal.

Y así me encuentro ahora, habiendo cambiado mi pesada maleta, de esas que llenas para vaciarla y establecerte en algún país del norte de Europa, por una ligera mochila donde llevar lo mínimo justo e imprescindible y no tener que llenarla más que de recuerdos de excursiones fugaces por tierras que no volverás a pisar nunca más por decisión propia.

Ligero de equipaje, descreído de mucho e intentando que tus botas dejen la mínima huella posible allí por donde pases.

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