viernes, 14 de diciembre de 2018

DEBÍA.

Sabía que debía dejar de quererla o al menos debía dejar de sentirla tan dentro suyo,

de sentir como entraba y salía de su interior a cada bocanada de aire que respiraba,

de verlo todo a través del tamiz de sus ojos,

de que cada objeto sobre el que posaba sus dedos tuviese el tacto tibio de su piel e hiciese plantarse el vello de su cuerpo como espigas de trigo mecidas por el viento de su voz.

Debía, pero no podía.

Había intentado rascar su corazón con un cepillo de púas metálicas para arrancar de él los recuerdos y todos y cada uno de los te quiero que le dedicó,

pero hay huellas que son caricias marcadas a fuego.

Sangró lágrimas y miedo y ni aún así pudo borrarla de sí.

Debía, pero no podía.

Debía, pero en el fondo no quería.

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