martes, 15 de enero de 2019

DE TRAPO.

Esa niña llevaba siempre consigo una muñeca de trapo.

Una muñeca despeinada, que llevaba colgando de cualquier lado: de un brazo, de una pierna, la llevaba bajo el brazo o metida en su mochila del colegio.

No era su muñeca preferida, era su bien más preciado, su amiga inseparable, la almohada donde apoyaba su cabeza para leer y lo que abrazaba cada noche al cerrar los ojos e irse a dormir.

Hace mucho tiempo se le cayó un ojo y en su lugar pegó un botón, su pelo de hilos de lana, había ido mermando con el paso de los años y de los estirones y ya era imposible mantener sus dos coletas medianamente peinadas.

En su pecho hizo un remiendo tapado con un parche de tela de un mantel viejo y en su interior colocó un reloj porque estaba segura de que su muñeca tenía un corazón y le gustaba oírlo latir con un tic-tac acompasado al segundero.

Le pintó una sonrisa con un rotulador porque no le gustaba verla siempre tan seria y de paso punteó unas pecas sobre su nariz y un lunar en una de sus mejillas, para imprimirle un poco más de carácter a ese rostro de trapo.

Su muñeca era un calco de ella, a ninguna de las dos les había tratado bien la vida y aunque por su costado no se salía el relleno debido a un descosido, su alma también estaba llena de remiendos y cicatrices y también dibujaba una sonrisa cada mañana pintándola sobre su rostro...que no era de trapo.

Ella, sin ser una muñeca, a pesar de ir perfectamente peinada siempre y de llevar las camisas planchadas solo por delante, también era donde a alguien le encantaba descansar su cabeza por las tardes y además abrazarse a ella muy fuerte, antes de dormir, para escuchar el tic-tac de su corazón.

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