martes, 9 de abril de 2019

DESPUÉS DE ESO, ME PONGO MI CORAZA Y TODO VUELVE A EMPEZAR.

Hay personas en las que inculcaron desde pequeños un extraño sentido de la responsabilidad y de lo que era ser "de verdad"

Personas a las que les enseñaron que debían proteger, cuidar de los que aman, sacrificarse, estar siempre, ser duros, casi fríos, el pilar en el que apoyarse cuando todo se tambalea, los hombros a los que subirse cuando el nivel de las aguas asciende y la tabla a la que agarrarse cuando las olas son tan altas que no te dejan ver el cielo.

Los que sujetamos con nuestras manos los muros del castillo para que ningún mal pueda derrumbarlos.

Y algunos aguantan esa tarea, sin desfallecer, sin romperse, y valga la redundancia mostrando una impasible tranquilidad que tranquiliza, aunque la tormenta se desate dentro de ellos, aunque su alma sea un torbellino, aunque su cabeza sea un caos solo comparable al terremoto que les sacude el corazón.

Algunos aguantan.

Pero yo no.

Porque al final algo me rompe, me dobla las rodillas, me sacude un crochet al hígado que me deja momentáneamente sin respiración, boqueando para llenar mis pulmones de oxígeno.

Y como le dije hace unos días a una compañera de trabajo: no pasa nada, simplemente no somos de hierro.

Aunque el mundo generalmente nos lo exija.

Y cuando el suelo se mueve bajo mis pies, entonces ella me abraza y no hay lugar en el mundo donde me pueda sentir más seguro.

Después de eso, me pongo mi coraza y todo vuelve a empezar.

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