jueves, 10 de mayo de 2018

MI QUERIDA GUERRERA.

Me gusta de ella casi todo...casi.

Me gusta lo luchadora que es, esa determinación que enarbola cuando quiere conseguir algo, esa tenacidad por la que lucha por sus metas, esa fuerza que se refleja en su cara cuando te habla de sus proyectos.

Le da igual cuanto esfuerzo tenga que derrochar, cuantas horas tenga que invertir, lo cansada que termine el día, ya que si quiere algo lo consigue, a cualquier precio.

Y los días en que las fuerzas fallan, esos en los que no tiene ganas de mirar al mundo a los ojos, se pinta una sonrisa en la cara para que nadie lo note, para hacer ver que todo es perfecto y que sus rodillas nunca se doblan.

Esos días se pinta esa sonrisa y se pone las lentillas de hielo, que le dejan una mirada fría y aunque no es que me guste precisamente, es parte de ella, de su imperfecta perfección, parte de esa fuerza interior suya que tanto me atrae.

Ella es guerrera sin necesidad de llevar siempre el cuchillo entre los dientes, la espada desenvainada y sin cortar cabezas por donde pasa; ella es guerrera y al llegar a casa cada noche, se quita esa armadura para convertirse simplemente en esa mujer que me cautivó un día.

Se quita esa armadura y limpia sus heridas con el recuerdo de mis besos, se lava el alma con litros de mis risas, se seca  el corazón con el aire que mis manos generaban al moverse mientras le hablaba.

Ella es tan guerrera que hasta para llorar tiene que pelear consigo misma y es que hay que ser muy valiente incluso para desear que unos brazos te cubran y un pecho querido te sirva de almohada.

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