Recorrer esos caminos que me llevan de una cima a la otra de tu pecho y deslizarme desde allí hasta acabar cayendo en tu ombligo.
Dar saltos de lunar a lunar de tu espalda, como si fuese un niño saltando de piedra a piedra de un estanque.
Ganas de embriagarme con el aroma a limpio que desprende tu cuerpo mientras te secas con la toalla tras el baño y escribir tu nombre surcando el vaho que se pega al espejo.
Comprobar cuántas micras de distancia he de dejar entre tu piel y la yema de mis dedos para tocarte sin hacerlo y que tu piel se erice hasta que el vello suave que la cubra parezca un campo de trigo al atardecer.
Eso y amarte, morderte, saborearte y estrujarte entre mis brazos, como solíamos hacerlo.
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