martes, 5 de marzo de 2019

UN BELLO DESASTRE.

No importaba la falta de sueño, ni los kilómetros que los separaban, ni la distancia entre sus vidas para echarse al camino y dejarse llevar al fururo de sus pasados.

No importaron los miedos, ni el rencor, ni las dudas, ni las hojas que los árboles dejaron caer durante todo ese tiempo que ambos miraron en direcciones opuestas, dándose la espalda a sí mismos cada vez que mirándose al espejo buscaron alguna respuesta que ese reflejo nunca les brindó.

No importaron siquiera las lágrimas vertidas, o al menos no importaron lo suficiente los motivos que las hicieron llover sobre sus mejillas y sus almohadas.

Solo les importaba una cosa  que seguro encontrarían al final de ese camino largo que recorrían desde puntos distintos pero en la misma dirección.

Solo les importaba el más que predecible por necesitado abrazo que siempre sabría a corto y fugaz, por muchas horas que hubiesen deseado estar unidos y atados por sus brazos, juntando corazón con corazón.

Y es que en ese momento en que se estrujaron algo más que sus cuerpos y sus almas les daba igual salvar el mundo, tan solo querían salvarse ellos mismos dando pasos atrás, de espaldas, como si así pudieran retroceder en el tiempo hasta ese último abrazo del que nunca debieron haberse soltado.

Ni siquiera les importó la lluvia.

Ni que aquella noche fuese un bello desastre.

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